Soy una taza de café. Quedé con restos sobre la mesita del bar. Mi compañera está a mi lado, llena, sin tocar y fría. Muy fría. Tomás me vacío hace más de dos horas.
Tomas había llegado con
semblante de alegre expectativa. Pidió al mozo que nos trajera bien tiradas y
al lado de mi compañera dejó una rosa roja. La rosa roja, todavía, está en el
mismo lugar y muestra señales de agotamiento. Su belleza se marchita de a poco
por el tiempo y por la tristeza. Esa tristeza la contagió Tomás. Pasaron esas
dos horas y no llegó la mujer a quien Tomás esperaba. Fueron dos horas
desesperantes, con un paso de ilusión a decepción sin escalas.
El enamorado pagó y se retiró tan solo como llegó,
pero con una lágrima como acompañante.
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